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En esta página, el lector encontrará los elementos necesarios para seguir la carrera misionera del Padre Juan Martín de sus años de convivencia y ministerio sacerdotal con la gente de México. Seguirá el lector sus años con los pueblos del Sur de Asia donde le tocó vivir como hermano cristiano y amigo y vecino con los creyentes musulmanes, hindús, sikhs y budistas durante diez años en Bangladesh y la India. También está disponible la información necesaria para conseguir copias de sus escritos para el deleite del lector.
NOTA NUEVA, AGOSTO 2018
En Mérida, Yucatán, el 5 de diciembre de este año se efectuará un evento de la presentación de este libro al público. Contactarme a mi correo electrónico disponible en esta página. johnthep@msn.com.
NOTA NUEVA, AGOSTO 2018
En Mérida, Yucatán, el 5 de diciembre de este año se efectuará un evento de la presentación de este libro al público. Contactarme a mi correo electrónico disponible en esta página. johnthep@msn.com.
Escritos de una Vida Misionera, a Partir de 1967 al Presente, con Anotaciones Actualizadas, Ilustrados con Fotos
Este libro fue publicado en Maryknoll New York el 5 de marzo de 2018.
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Contactar al Padre Juan por email (johnthep@msn.com) para conseguir una copia digital de este libro.
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Abajo se puede ver La Introducción de este libro
Los titulares en negrito dentro del texto se refieren a las fotos incluidas en el texto completo.
INTRODUCCIÓN
Este libro empezó un día de abril de 1966 cuando el Obispo John Comber, el Superior General de los Padres y Hermanos de Maryknoll, nos llamó a los 33 diáconos miembros de mi clase de ordenación de 1966 para presentarnos en su oficina. Ya sabíamos que se trataba del evento más esperado por todos nosotros desde hace muchos años. En mi caso personal fueron 11 años de espera, últimamente frustrante, desde que entré al Seminario Menor cerca de Scranton, Pennsylvania el 9 de septiembre de 1955. Íbamos a saber qué país de misión en el extranjero nos iba a tocar por el resto de nuestras vidas!
Un mes antes, el Rector del seminario, Padre George Weber, nos había tanteado con una propuesta, inaudita hasta entonces, de que cada quien le dijera a qué país de misión le gustaría ir a trabajar como misionero. Muy diferente que ahora, entonces fuimos bastante ignorantes de la situación social en esos países, ni estuvimos informados de la forma de trabajar de los compañeros misioneros tampoco. Pero en una ocasión anterior nos dio una conferencia un sacerdote compañero de Guatemala que me impresionó mucho y le escribí al Rector: “quiero ir a Guatemala”.
Cuando entré a su oficina del Superior General, el antepenúltimo en la cola, por ser de los más jóvenes, me di cuenta que él parecía distraído o confuso. Quizá está cansado, pensé yo. Detrás de mí estaba John Moran, también de Nueva York y nos decían que nos parecíamos mucho, y otro compañero. El Obispo miró la hoja en su escritorio y yo también, y me quedé consternado porque me dijo: “Tú vas a ir a Taiwan o sea China”. Yo ya había visto México junto a mi nombre y balbuceé algo. Luego me preguntó mi nombre y cuando le dije “John Martin”, me dijo: “Discúlpame. Ah sí, tú vas a México”. (Y otro compañero que puso México como su país de opción fue designado para Guatemala! ¡La lógica de aquel entonces en los círculos religiosos!) Fuimos tres compañeros asignados para trabajar en México. Y John Moran sí fue a trabajar en Taiwan!
Sara, María Teresa y Lourdes Martínez Domínguez, enero 2013
Al poco tiempo, el Padre Roberto Lloyd de visita de Mérida, Yucatán donde estuvo asignado a la Parroquia de San Sebastián nos visitó en el seminario. Nos llevó a los tres a un colegio particular de una congregación religiosa en el mismo pueblo de Ossining donde se encuentra la Casa Central de Maryknoll. Allí conocimos a una chica yucateca que estudiaba la secundaria, o sea, el equivalente de la preparatoria en México. Lourdes Martínez Domínguez sigue siendo mi amiga hasta la fecha. ¡Y cuánto cariño los Padres de Maryknoll sienten por ella y su familia, porque sus abuelos maternos, Don Álvaro Domínguez Peón y Doña Eufemia Juanes dieron fino hospedaje y mucho apoyo al grupo de los primeros Padres de Maryknoll que llegaron a Yucatán en abril de 1943!
Volviendo a mis años en el seminario, quiero tocar un tema que tiene que ver con la disciplina y la espiritualidad en que fuimos formados, en mi caso desde la edad de los quince años. Primero les quiero informar que desde mi juventud, yo siempre era una persona introvertida al por mayor.
En el barrio donde crecí, sí tenía muchos amigos de juego en la Calle 109 Oeste de Manhattan. Pero al dejar mi casa y mi parroquia y mis amigos de la calle para entrar al seminario menor a los quince años, en efecto me separé de ellos antes de que se hubiera formado un lazo fuerte y recíproco de una amistad que nos durara la vida. Al regresar cada año en mis vacaciones del seminario, veía cada vez menos de ellos y perdimos la convivencia, con algunas excepciones, casi por completo, hasta la fecha.
Ya en el seminario, la formación que nos dieron consistía de muchos elementos, diariamente: ejercicios espirituales durante todo el día, las clases y el estudio académico, la responsabilidad del mantenimiento y limpieza del edificio del seminario, el juego de deportes y el tiempo de recreo. Una formación bastante completa en todos sus elementos.
Hay un aspecto de esta formación que me impactó de una manera sorprendente y duradera precisamente porque lo asimilé desde los quince años como chico muy obediente e introvertido. Tenía que ver con la amistad. Nos inculcaban con mucha frecuencia que la “amistad particular” era prohibida! Ahora entiendo que se debía al temor de que cayéramos en una amistad homosexual. Cosa totalmente desconocida para mí.
Así es como llegué a mi ordenación sacerdotal a los 26 años de vida con algunos “amigos” preferidos entre mis compañeros, pero sin la profundidad y la reciprocidad normales de la amistad de veras. Mucho menos, desde luego, con mujeres por nuestro celibato! Y ¿qué pasó tan pronto que me salí del seminario alejándome del régimen que nos formaba durante años? Empecé a descubrir la dulzura de abrirme el corazón a la amistad! Esto tomó lugar durante el medio año que estuve en la escuela de idiomas en Cuernavaca, Morelos con un grupo nutrido de misioneros y misioneras de varios países y congregaciones misioneras, destinados para trabajar en muchos países de Latinoamérica. ¡Cómo nos sentimos liberados para ir creando un estilo de vida comunitario con la liturgia, las comidas, las fiestas hasta con los maestros, y las excursiones para conocer el entorno y la historia de México!
Las Hermanas Rosa Lyons y Jane Kenrick, trepando Popo, 1966
Han de creer que con nuestro grupo, trepé el volcán de Popocatepetl llegando hasta la nieve cuando la falta de oxígeno me obligó a bajar. Tengo algunas amistades todavía de esa época.
¡Y luego llegué a la Colonia Yucatán, en el oriente del estado de Yucatán! Fue el 31 de marzo el Viernes de Semana de Pascua de 1967.
Padre Pedro Petrucci y el autor, 1968
El Padre Pedro Petrucci y yo llegamos de Mérida, Yucatán en la camioneta roja de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen y a nuestra llegada a la Casa Cural, conocí a Doña Rosario Núñez Ortiz, Teresa Medina Núñez, su hija, y Clarita Núñez Polanco, su sobrina. Fueron el núcleo de un sinnúmero de amistades que me he hecho y que me han durado toda la vida, tanto de su familia extendida de los Nuñez, como de los vecinos y vecinas de ese pueblo mágico de la Colonia Yucatán. Ahora son mis queridísimos amigos y amigas, compadres y ahijados, hermanas y hermanos todos, esparcidos en muchos pueblos y ciudades de México como en Los Ángeles, California.
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El 18 de julio de 2017, pude asistir a la ordenación episcopal del Padre Pedro Mena Díaz como obispo auxiliar de Yucatán. Pedro nació en la Colonia Yucatán y fue mi acólito en 1968. Al entrar en el Centro de Convenciones en Mérida ese día, sin darme cuenta, me acerqué a la sección donde se sentaron como 200 personas que al verme, se pusieron de pie y gritaron muy emotivos: “Padre Juan”, “Padre Juan”, “Padre Juan”! Me quedé con el corazón en la garganta al saludar a mi vez a la Gente de la Colonia Yucatán!
Muchos de la Colonia me han preguntado a través de los años cómo es que pude lograr una amistad tan profunda y duradera en tan poco tiempo con tanta gente yucateca, hasta la fecha, y ya son 50 años!
En pocas palabras, les contesto: “Porque Uds. fueron la partera colectiva de la transformación de mi personalidad. Llegué entre Uds. con una necesidad y una capacidad retardada para la amistad. Si antes era yo bastante introvertido, ahora gozo del otro lado siendo más extravertido. Si antes era yo un célibe sin gozar de la amistad, ahora gozo de incontables amistades tanto con hombres como con mujeres. Si antes era yo un huérfano de la familia que dejé en Nueva York, ahora gozo de los lazos afectivos y comprometidos de mis compadres y ahijados.”
Teté visitando a su mamá en el hospital, Colonia Yucatán, el día de su graduación, Junio 1968
De modo muy especial, me refiero a la familia Nuñez en sus varios ramales, de Adonay Nuñez y Belén Polanco con sus hijas Clarita y Alicia, de Fausto Nuñez y Evelia Berzunza con su hijo Manuel, y Evelyn, la hija de él, y de Rosario Nuñez, cariñosamente llamada Chary con su hija Teresa Medina. Por la ausencia de su propio papá, Teté me reveló en junio de 1968 que me consideraba como su papá. ¡Yo me quedé asombrado, pero feliz con esta relación inesperada! Así nos adoptamos, pero sin mencionárselo a nadie sino su mamá. Con los años, ella con su esposo Gilberto me han dado mis tres fabulosos nietos, Beto, Ceci y Teresita. ¡Nada más!
Teresita, Abuela Chary, Ceci, Beto, Teté y Gil, 2008
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Porque estos escritos abarcan muchos años, me voy a permitir ofrecerle al lector un bosquejo cronológico para poder ubicar los lugares y los tiempos de mi vida misionera.
Ya mencioné que me ordené sacerdote misionero el 11 junio de 1966, recibiendo mi nombramiento formal para México al día siguiente. Al mes siguiente, ya me encontré en la Ciudad de México, hospedado en el Seminario de Misiones de los Misioneros de Guadalupe, similar a la Sociedad de Maryknoll por ser un instituto misionero nacional. Su co-fundador con el episcopado mexicano fue Monseñor Alonso Escalante Escalante, también Misionero de Maryknoll, nacido en Mérida en 1906, emigrado a Nueva York en 1918, entrado al seminario menor en 1920 y ordenado en 1931, y con muchos años de servicio en China y Bolivia.
El autor y el Padre Walter Winrich celebran la Misa al aire libre, San Juan de Aragón, 1966.
Desde agosto hasta febrero de 1967, estudié español y asimilé la cultura mexicana en Cuernavaca, Morelos. Por dos meses apoyé al Padre Walter Winrich durante Cuaresma y Semana Santa, en San Juan de Aragón en la Ciudad de México.
En abril, llegué a la Colonia Yucatán para trabajar al lado del Padre Pedro Petrucci. (Entregué la parroquia al Padre Andrés Lizama en el mero día de la Navidad de 1969.)
Estuve asignado a la Parroquia de María Reina en la Unidad Independencia, San Ángel, en la Ciudad de México pero no duré ni 8 meses debido a la depresión, como consecuencia de la manera demasiado brusca de entregar la Parroquia de la Colonia Yucatán al nuevo párroco, cuando el Superior General me trajo a Maryknoll en Nueva York. Durante un año, participé en un curso intensivo de psicología pastoral y en la terapia para mi depresión.
En junio de 1971, otra vez, me asignaron a la Parroquia de María Madre de la Iglesia en San Juan de Aragón en la Ciudad de México, donde logré trabajar de una manera muy creativa y satisfactoria en la formación de varias “comunidades de base” 1
(Estos números sobre-escritos en el texto indican una nota explicativa al final del capítulo.) y el acompañamiento de la gente alcohólica. Surgió un problema con mis compañeros y me sacaron para pasar un tiempo mientras en San Sebastián en Mérida, Yucatán.
En 1973, otro compañero y un servidor fuimos comisionados para negociar la creación de un nuevo compromiso para Maryknoll en las afueras de la Ciudad de México, donde había muchísima necesidad de la presencia pastoral. Nos vimos obligados, en fin, a aceptar un nuevo compromiso pero dentro de la ciudad en la Colonia Arenal, donde el 14 de octubre de 1973, se creó la Parroquia de Nuestra Señora del Pueblito.
El autor dirigiendo el coro, Colonia Arenal, 1974
En 1974, al enterarme que mi compañero iba a dejar el sacerdocio para casarse, y sin ver la posibilidad de seguir trabajando armoniosamente con nadie más de Maryknoll, acepté la invitación del Superior General de optar por asociarme con la nueva Unidad Misionera para Bangladesh. De esta manera, se me cumplió un sueño largamente guardado de convivir más bien con la gente no-cristiana, mejor apegado a mi concepto personal de misionero, y ya no como sacerdote para la gente católica. No se me iba a cumplir el sueño de vivir toda mi vida en México.
Llegamos a Bangladesh el 2 diciembre 1975 un grupo de cinco misioneros sacerdotes, con la visión de convivir como hermanos y amigos con el pueblo musulmán bengalí, para permitir la evolución de una relación recíproca con el paso del tiempo en nuestra convivencia. Esperamos aprender de ellos igual que mostrarles por el testimonio cristiano nuestro que todos somos hijos e hijas de un mismo Dios.
Nuestro grupo de 5, con Padre Guillermo Galvin de visita, izq., con el Cardinal Edward Cassidy, Dhaka, Bangladesh, 1977
Mi llegada entre ellos selló el resto de mis seis años con una experiencia traumática del choque cultural, o sea, con muchos pensamientos y emociones negativas debido a la conducta agresiva, a mi parecer, de la gente bengalí (léase “hombres”, porque siendo extranjero nunca iba yo a convivir con mujeres). Me enfermaba mucho tanto en lo físico como en lo emocional como nunca en mi vida. Logré aprender su idioma bastante bien, me han dicho, y tener algunas amistades que aprecié mucho, lamentando ahora la falta de contacto continuo con ellos.
El autor, Padre Beda y Lorenzo Flynn de visita para Navidad 1981
Durante esos años pude conocer el ashram (comunidad contemplativa) en el Sur de la India del Padre Beda Griffiths, un benedictino inglés, que me introdujo al estilo de vida contemplativo y el diálogo inter-religioso, o sea la búsqueda de una relación respetuosa y armoniosa con creyentes de otras tradiciones religiosas.
Después de salir de Bangladesh en noviembre de 1981, anduve por toda la India con visitas extendidas y transformadoras a los lugares sagrados de varias tradiciones religiosas, como de los hindús, los musulmanes, los budistas y los sikhs.
Regresé a los Estados Unidos en 1982 y después de varios programas de inculturación de nuevo a mi país de origen, acepté el nombramiento para la educación misionera en Los Ángeles en enero de 1984, donde pude contribuir con mis años en México a la promoción de nuestra visión misionera entre el pueblo americano, igual con la gente de habla español. Además seguí fomentando mi relación y la amistad con algunas comunidades de índole inter-religiosa en el área.
Desde Septiembre de 1989 hasta enero de 1991, tomé una maestría en la Universidad de Harvard sobre las tradiciones de Islam e Hinduismo, con el propósito de regresar otra vez a la India. Con un permiso especial en 1991, fui yo solo a vivir tres años en Calcutta, para convivir de una manera más profunda con la gente hindú, como complemento de mis años de convivir en Bangladesh con la gente musulmana.
En 1997, logré mi sueño de volver al trabajo pastoral sacerdotal en la comunidad de San José Obrero en San Sebastián en Mérida, Yucatán. Con mucho esfuerzo, en un ambiente muy disfuncional en lo social, logramos establecer un consejo de líderes para lograr la promoción del bienestar de la comunidad, hasta que en 2005 entregué el cuidado de la comunidad al párroco de San Sebastián.
En los siguientes siete años, logré establecer en la diócesis una comunidad de Extensión Contemplativa para retiros y grupos de oración contemplativa para cualquiera.
El autor con la Hermana Terry Maksym, 2011
También, junto con la Hermana Teresa Maksym, se formó una comunidad de los Afiliados de Maryknoll, para promover su espiritualidad misionera en relación con la gran Familia de Maryknoll. Un gozo tremendo me dio mi participación en muchos niveles y en muchos lugares del país en la visión y metas del Encuentro Matrimonial, ganándome muchas amistades íntimas con las parejas.
En enero de 2012, el Superior de América Latina decidió clausurar la presencia de los Padres de Maryknoll en México, con tres compañeros destinados para la Casa de los Jubilados en California, mientras yo me vine aquí a la Casa Central de Maryknoll para adiestrarme para mi nueva carrera de escritor. Para finales de 2013, yo ya conseguí mi diploma en “Escritura Creativa” de la Universidad de Nueva York. De esta manera se me fue revelando que la escritura iba a ser el medio principal para realizar yo el sueño de mi vida de compartir los frutos de mi vida misionera con la gente.
Puede verse el fruto de esta nueva carrera mía en la lista arriba de los libros que he podido compilar o redactar o escribir.
El lector encontrará algunas experiencias y reflexiones repetidas a través de este libro. Que le sirvan como recordatorio de la mucha o la tremenda importancia que he dado a ellas a través de mi vida.
Advertencia:
El texto original de mis escritos será en cursiva. Los números sobre-escritos en el texto indican una nota explicativa en letra normal al final de cada capítulo. Como abajo.
[] Estos símbolos representan un texto que agregué al texto original.
NOTAS
1 En los años 1970’s, principalmente en Brasil, se fomentó mucho la estrategia pastoral de “las comunidades de base”, en efecto creando pequeñas comunidades entre vecinos y conocidos para su evangelización más integral, a distinción de fomentar comunidades anónimas en templos grandes. Conste que el Espíritu Santo a menudo fomenta brotes espontáneos de sus inspiraciones, donde uno menos lo sospecha. Así pienso yo que recibí la misma inspiración de formar comunidades de base en la Ciudad de México.
El autor dando la bendicion a sus papás, 11 junio 1966
El autor con el gremio del pueblo de Kantunil-Kin, 1967
Amigos misioneros, Cuernavaca, México, 1966
Para Contactar Padre John P Martin
johnthep@msn.com
johnthep@msn.com
NEW!!! Diciembre 2018
Conferencia en la Presentación del libro "Escritos de una Vida Misionera", Mérida, Yucatán, Mexico, 5 de diciembre 2018
CONFERENCIA PARA LA PRESENTACION DEL LIBRO “ESCRITOS DE UNA VIDA MISIONERA A PARTIR DE 1967 AL PRESENTE”
Parroquia de San Sebastián, 28 de noviembre 2018, Local de Caritas, 5 de diciembre 2018
Mis queridos hermanas y hermanos en el Espíritu de Jesús,
San Sebastián:
En esta noche bendita nos hemos dado cita en este templo de San Sebastián que alberga en sus piedras y su pintura, en sus columnas y sus pasillos los anhelos y las lágrimas, los sollozos y los alaridos de alegría de incontables parroquianos que expresaron su fe, elevaron sus clamores a Dios, vieron bautizarse sus niños y niñas, unieron sus corazones en matrimonio y crearon la vibrante comunidad local como nido y reserva de lo más exaltado de sus vidas, a menudo en años anteriores de mis compañeros sacerdotes misioneros de Maryknoll y ahora de manos de los estimados sacerdotes diocesanos.
Como suelen iniciar sus ceremonias los indígenas de todo el mundo, elevamos nuestros corazones y manos en el aprecio por todo cuanto nuestro buen Dios ha hecho posible maravillosamente en nuestras vidas a través de nuestro desfilar de años hacia y dentro y fuera de este templo.
Todos conocemos a muchos sacerdotes y parroquianos extraordinarios por su dedicación a la creación de esta comunidad calurosa de San Sebastián. Cuatro de los Padres de Maryknoll están enterrados en sus paredes en la última capilla posterior, los Padres Eduardo Koechel, Jorge Hogan, Vicente Zebrowski y Eduardo Brophy. De esta manera, sus espíritus nunca abandonan este recinto sagrado y son un testimonio silencioso de la entrega de tantos sacerdotes, religiosas y parroquianos que siguen dando fe de que sí vale la pena sacrificarse por la comunidad como discípulo misionero de Cristo, como nos define el Papa Francisco.
Un grupo de amistades mías han trabajado en la planeación de los eventos de estos días en torno a la presentación de mi libro “Escritos de Una Vida Misionera”. Quiero mencionar en especial a Lourdes Gomory Domínguez, mi comadre Teté Medina Núñez y sus hijas Cecilia y Teresita Quijano Medina, Eduardo Seijo, mis ahijados Rolando Béjar y Evelyn Núñez Gamboa, Eric Rivas, José Antonio Ruiz Silva, Padre Raúl Lugo Rodríguez, Martha Alfaro, Padre Lorenzo Mex, Lorena Uitz, Angel Barahona y Manuel Cámara. Un aplauso para ellos, porfa.
Caritas:
Local de Caritas, Mérida, Yucatán, 5 DE DICIEMBRE 2018
En esta noche bendita nos hemos dado cita en este auditorio de Caritas gracias a la acogida fraternal que nos ha dado nuestro gran amigo y hermano Eduardo Seijo Gutiérrez y su fino equipo dedicados a promover el bienestar integral de los hermanos y hermanas más desvalidos en la comunidad local. Nuestra gratitud a Dios por esta labor tan admirable que ellos realizan diariamente no conoce límites. Esta labor tiene dos dimensiones destacadas: el alivio material, psicológico y espiritual de la pena que sufren algunos miembros de la comunidad local y la promoción de los valores evangélicos de la doctrina social de la Iglesia en todos los miembros de la Iglesia local. ¡Enhorabuena, hermano y amigo Eduardo y equipo!
Además de don Eduardo Seijo, quiero mencionar en especial a Lourdes Gomory Domínguez, mi comadre Teté Medina Núñez y sus hijas Cecilia y Teresita Quijano Medina, mis ahijados Rolando Béjar y Evelyn Núñez Gamboa, Eric Rivas, José Antonio Ruiz Silva, Padre Raúl Lugo Rodríguez y Martha Alfaro. Un aplauso para ellos, porfa.
San Sebastián y Caritas:
En los últimos meses, gracias a la finísima colaboración de este grupo de amigos aquí presentes, han preparado este evento con tal de que conozcan Uds. algo más de la historia de mis docenas y docenas de compañeros y compañeras religiosas de Maryknoll que hemos respondido a nuestra vocación misionera al dedicarnos al bienestar del pueblo de México.
¿Saben Uds. que con los misioneros laicos hemos vivido y trabajado en 13 estados de México a partir de 1943 hasta 2012, 69 años?
La semilla de la presencia nuestra en México se sembró en abril de 1942 cuando nuestro Superior General, Monseñor James Edward Walsh, visitó la Ciudad de México con el Padre Alonso Escalante Escalante durante un mes, rumbo ellos a establecer nuestra primera misión en Bolivia. La gran tragedia de la Segunda Guerra Mundial obligó a centenares de nuestros misioneros en Asia a tornarse desocupados, frotándose las manos inútilmente ya de vuelta en casa. El Vaticano nos indicó que abriéramos misiones en América Latina y África en los años 40.
El Obispo Walsh tenía un compañero de bachillerato en el Colegio Monte Santa María en Baltimore de los años 1899 al 1907 que era yucateco, el Señor Enrique Muñoz Solís quien lo invitó a Mérida. (Su hija María vive aquí en Mérida y pronto voy a visitarla). Se hospedó con el Obispo Martín Tritschler y Córdova quien lo invitó a presidir el inaudito Congreso Eucarístico en Mérida en noviembre próximo y a mandar misioneros a trabajar en Yucatán. El Obispo Walsh regresó en noviembre y poco después murió el obispo Tritschler y Córdova el 15 de noviembre de 1942! Pero no sin antes haber ellos convenido en que sí vendrían algunos misioneros de Maryknoll a Yucatán.
Se adelantó la ordenación de la Clase de 1943 en nuestro seminario de junio a febrero y 6 de ellos vinieron aquí a Yucatán en abril, junto con otros que fueron a Nayarit, siendo en total como 12. No lo van a creer pero ¿sabían que el Padre Juan M. Martín fue a Nayarit en 1943? Sí, ¡soy el segundo Juan Martin en México!
Algunos de los veteranos aquí se acordarán de los pioneros Padres Juan Nolan, Jorge Hogan, Roberto Lee, Juan Lomasney, Gerardo Greene y Juan McGuire. Me refiero a la familia de los esposos Álvaro Domínguez y Eufemia Juanes quienes ayudaron a estos compañeros a buscar una casa después de albergarlos en la suya!! Qué grandes y profundos son los lazos que siento yo por ellos, en nombre de toda la familia de Maryknoll, y por su hospitalaria hija Doña Sara Domínguez que conocí a mi llegada en 1967 y ahora por sus nietos Lourdes, José, Sara, María Eufemia y María Teresa, sin olvidarme de su bisnieta Lulú Gomory Domínguez y demás compañía.
Todo el mundo me llama “Padre” y sí es justo porque fui ordenado en 1966 y enviado aquí a México para ejercer mi ministerio sacerdotal como les consta a Uds., y a muchísima gente en otras partes del país. También soy conocido por Uds. como misionero de Maryknoll, pero para esta vocación no tengo título. En este aspecto soy yo igual que Uds., fiel a una vocación bautismal sin preocuparme por llevar una etiqueta como distintivo. Paradójicamente, en mi caso, durante muchas décadas, era mi vocación misionera sin etiqueta ni título para con todos y todas las demás hijos e hijas de Dios que predominaba en cuanto a mi identidad personal para con todo el mundo, y no mi papel sacerdotal exclusivo para con la comunidad cristiana.
Permítanme contarles una historia que remonta a mi niñez para entender esta situación curiosa: en mi parroquia de la Ascensión en Nueva York a la edad de doce años en 1952, después de rechazar la opción del sacerdocio diocesano, recibí mi vocación misionera al conocer a dos Misioneros de Maryknoll en una reunión vocacional. Sí, la vocación que se me implantó en el alma y el corazón entonces fue el desafío de hacerme misionero, para lo cual luego me di cuenta que era necesario entrar al seminario. No existía la opción de hacerme misionero directo, como ahora tenemos con los Misioneros Laicos. Como suelo decir: entré al seminario para hacerme misionero y no sacerdote.
Vivía un conflicto en mis primeros años aquí en México porque en lo exterior todo el mundo me veía como sacerdote y yo en lo profundo de mi alma me consideraba misionero. Al cabo de muchos años de ejercer ambas vocaciones en los ambientes distintos de México y Bangladesh y la India, y de muchísima reflexión, el Espíritu de Jesús me ha regalado la reconciliación entre ellas, a tal grado que hoy vivo la calma y la aceptación de esta vocación doble pero mejor integrada. (Hablo mucho de esto en el libro de mis memorias en inglés.)
Otra historia: hace como 20 años, me encontraba aquí en Mérida en la casa de mis queridas comadres Chary Núñez y Teté Medina en la Colonia Alemán preparando el convivio para mi cumpleaños el 28 de diciembre. De repente de forma muy sutil, recibí la inspiración: “hacer fiesta con las amistades es un acto sacerdotal”. Este incidente fue el inicio de la aceptación de que el significado más profundo y esencial de mi sacerdocio es la promoción de la unidad, la convivencia y la reconciliación entre las personas o grupos humanos a mi alrededor. Con este incidente, se me desvaneció el nubarrón de ambivalencia que marcaba mi vida de que no podía identificarme principalmente como un ministro de los sacramentos. Ahora administro los sacramentos con más gusto que nunca, pero entendidos como ritos para promover la unidad y la reconciliación.
Estando en la Colonia Yucatán en el año 1968, acepté la invitación de Don Luis Canto de acompañarle a visitar un sitio de la tala de los arboles tropicales para la fábrica en el pueblo. Tomé apuntes y saqué algunas fotos con la intención de escribir un artículo. Fue el primer intento mío de escribir un ensayo, y todavía tengo el borrador inicial en mano, con los nombres mayas de los árboles y las fotos en mi laptop (mostrarlo). Así comenzó la inspiración de escribir para los demás sobre mis experiencias frescas e impresionantes de esta vida multicultural que estaba yo llevando.
Lástima que no pensé en incluir aquellos apuntes preliminares en mi libro titulado “Escritos de una vida misionera”, porque fue la inauguración de una carrera de escritor que es el motivo de nuestra presencia aquí esta noche. (Mostrarles copia.)
Ahora me quiero enfocar en la dimensión misionera de la Iglesia para compartirles los frutos de mis años de convivencia y de reflexión sobre lo maravilloso de esta vocación que todos tenemos ya desde el momento de nuestro bautismo.
Primeramente, quiero expresar mi fe muy firme de que el Espíritu de Jesús ya está presente y activo en los corazones de todo el mundo y en los tejidos de todas las instituciones y grupos humanos, conduciéndonos sutilmente a la realización de la voluntad divina de crear el Reino de Dios, en el mundo, para gloria de Dios mismo. Hemos de transportarnos fuera de aquí y de Yucatán para entender que me refiero a todos los grupos culturales, espirituales y religiosos del mundo entero. Hace poco participé en Toronto, Canadá en el Parlamento de las Religiones del Mundo con 7500 personas de 220 tradiciones religiosas y espirituales. El Espíritu Santo de Jesús ya está realizando la Misión de Jesús en el mundo, pacientemente esperando nuestra colaboración. Sí, para los cristianos pero también al mismo tiempo para toda la humanidad, creyentes en Dios o no, cristianos o no! La Iglesia en lo ideal debería ser un instrumento excelente para la realización de este plan divino.
Dicho esto, el hecho de tener una Iglesia local con obispo, seminario, sacerdotes, religiosas, laicos comprometidos, parroquias, programas sociales, etc., no nos permite pensar que todas las necesidades de la Iglesia local fueran satisfechas con cumplir el mandato del cuidado pastoral: “apacienta mis ovejas”. Los que nos identificamos con la dimensión misionera de la Iglesia hemos reflexionado mucho sobre un desequilibrio que hemos descubierto en la Iglesia, entendida como institución humana e histórica.
En ésta y otras Iglesias locales, sin lugar a duda, hay personas dedicadas a muchas labores de índole misionera, junto con las múltiples actividades de índole pastoral.
Históricamente, hablando de la Iglesia universal, vivimos en una época en que la dimensión pastoral para con los que ya son miembros de la iglesia se cumple abrumadoramente y en que la dimensión misionera está relegada a la labor loable de algunos institutos o personas en la propagación de la fe a los que no pertenecen a la iglesia. Una oficinita que se entra por la puerta trasera de la Curia. Un programa de menor prioridad entre 20 otros tantos de la diócesis. Anualmente si acaso se permite una colecta de fondos para enviar a otra oficina en el Vaticano. O en el mejor de los casos se permite que los Misioneros de Guadalupe (o nosotros en EE. UU.) recabemos las direcciones de la gente para dotar a sus familias de una revista misionera. A tales tamaños mínimos se ha reducido la dimensión misionera en muchas Iglesias locales para la mayoría de la gente. Donar dinero, la oración y leer una revista! Y es algo opcional, porque de no realizarse, en nada se perjudica la pastoral de la Iglesia Local, supuestamente.
Nosotros los misioneros “profesionales” por así decirlo, nos quedamos boquiabiertos al constatar la poca atención que se da, en muchas iglesias locales del mundo entero, a esta dimensión misionera nuestra, tuya y mía, sí. ¿Porque será?, justamente preguntarás.
Muy brevemente, estamos muy lejos de poner en práctica una novedad teológica que se proclamó en 1966 en el Concilio Vaticano II en el documento titulado “Ad Gentes” en #2: La “Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo” (fin de la cita). Otra traducción reza: “la dimensión misionera es de la esencia de la Iglesia”, para que vean lo exaltado por encima de un programa o de una colecta es esta vocación universal nuestra. “Ay, por fin, pensamos nosotros, se va a dar su lugar debido a esta vocación que queremos como a la Esposa Amada.” Todavía guardamos una esperanza firme de que se crea un movimiento dentro de la Iglesia a favor del amor que sentimos por nuestra Esposa Amada, llamada a compartir sus riquezas culturales y de fe por doquier. Seguimos esperando!
La dimensión misionera es tan necesaria como nunca en todos los rincones de la Iglesia. Ni la dizque madurez institucional de la Iglesia local le permite prescindir de ella. El mes de octubre de 2019 será dedicado por el Papa Francisco a la renovación del compromiso de la Iglesia universal a darle mayor prioridad a ella, atrapada ahora, como diría él, en una postura de “auto-preservación”.
Siempre es menester procurar que esta dimensión se manifieste como prioridad en cada Iglesia Local en un espíritu de inclusión a los que son diferentes o ajenos o apartados de ella, a saber, al dar un auténtico testimonio de vida cristiana, al formar los corazones de la gente en la realización de obras evangélicas, al celebrar ritualmente la consciencia de ser miembros de una comunidad de fe, al proporcionar lo necesario para que los desvalidos y enajenados de la comunidad logren una vida digna, al extender el corazón en la mano a cualquiera para incluirlos a todos en el horizonte de fe de la comunidad y al colaborar con cualquiera en la transformación del mundo en el Reino de Dios. Ojalá venga el día cuando toda la gente diga que allí en la Iglesia reciben a cualquiera con hospitalidad y humildad y respeto.
La tentación de siempre es de enfocar todos los recursos de la Iglesia local sobre las necesidades de la iglesia local, es decir, dar prioridad a la dimensión pastoral, que es muy absorbente, por cierto.
Les quiero proponer una prueba para que caigan en la cuenta de lo que quiero decir: piensa en todo el personal, los programas, y el dinero de esta diócesis y date cuenta de cuánto se utiliza a favor de los que ya son miembros de la Iglesia Local y cuánto a favor de los de NO son miembros de la iglesia.
La dimensión misionera se muestra en el respeto hacia el otro, en el interés en el otro, en la inclusión del otro, en la amistad con el otro y en la colaboración con el otro. Protestantes, Musulmanes, Budistas, indígenas, ateos, desajenados, etc.
Desgraciadamente algunos piensan que al enfocarse sobre esta dimensión misionera se restaría mucho del propio desarrollo pastoral. Yo he visto que más bien la calidad espiritual de la Iglesia local se enriquece.
A veces cuando nos acercamos a los directores diocesanos, nos sentimos como agentes de ventas al negociar un contrato en que se nos quiere limitar los fondos o las direcciones de la gente que podamos llevarnos. Lamentamos, ¿cuándo nos van a coger gozosos como mensajeros de la renovación misionera de sus comunidades?
Una primera manera de manifestarse esta dimensión esencial es a través de lo que solemos llamar la misión ad gentes, es decir, la promoción del apoyo personal, económico o de programación evangelizadora entre los grupos necesitados en otra cultura o país. De esta manera con el intercambio de personal de la iglesia local hacia grupos culturales y humanos en otras partes, se enriquecen mutuamente. Hay que procurar que aquella iglesia local desarrolle su propia expresión de la fe cristiana. En parte, similar a la fe del país que presta el apoyo inicial, en parte diferente porque se respeta la creatividad de ellos bajo el influjo del Espíritu Santo.
Inicialmente, quizá se define la misión en términos de la geografía, como si la misión se efectuara en otros países o culturas, siempre ajenos a lo nuestro. Buena la idea, pero no abarca toda la dimensión misionera.
En este caso se define la presencia misionera como del apoyo unilateral de una Iglesia local a otra, porque nosotros tenemos lo que le falta a ellos.
Una segunda etapa sería: El intercambio reciproco entre las iglesias locales, tanto del que envía como del que recibe personal y apoyo misionero, sin ninguna superioridad ni dependencia y más bien con la humildad. Es decir, la iglesia local que apoya a otras iglesias locales recibe con todo respeto la influencia, las visitas, y las reflexiones de ellas y permite que su pueblo local sea beneficiado por este intercambio. Se promueve la colaboración y el intercambio entre dos comunidades que se miran como hijas iguales de una misma familia universal.
Me pregunto: ¿Cuánta gente se ha enriquecido por la presencia de un sacerdote yucateco en la diócesis de Erie durante muchos años o de los sacerdotes y religiosas yucatecas en Angola en África? En mis años de vivir aquí casi nunca se hablaba de ellos.
Sí, había misioneros yucatecos en otros países pero no había la preocupación por compartir recíprocamente entre ambas Iglesias locales.
Una tercera etapa sería de la reflexión teológica sobre la experiencia vivida. Después de que varios cristianos locales hayan tenido suficientes años de convivencia en la Misión ad gentes, en lo ideal, conviene establecer un proceso de reflexión sobre aquella experiencia y crear los medios de comunicación para que se difunda aquella riqueza a los demás miembros de la Iglesia local. La meta es que la dimensión misionera se difunda entre todos los tejidos de la iglesia local.
Para que vean qué tan difícil puede ser este desafío y qué grande es la resistencia al cambio, permítanme contarles una experiencia personal de comunicación inter-cultural. En una reunión del decanato de 25 sacerdotes, tuve la inspiración de presentarles un escrito mío sobre un tema basado en mi perspectiva cultural, es decir, una mezcolanza de mi convivencia en varias culturas: irlandés, neoyorquina, mexicana, yucateca, musulmana bengalí, hindú bengalí. Digo esto porque según mi percepción, todos aquellos sacerdotes gozaban de la convivencia con la cultura yucateca y quizá la maya. En mi escrito, intenté ayudarles a mirar un aspecto de la cultura yucateca vista de mi punto de vista, en que una cualidad humana tiene tanto el lado positivo como el negativo. Todos ellos me respondieron con una facha de molesto y un silencio absoluto! Supongo que yo les había ofendido al atreverme a criticar algo que ellos consideraron absolutamente bueno de su cultura. Incapaces de aceptar que hubiera otra manera de ver aquello, menos de uno que no es yucateco. Un sacerdote joven me dijo, solo a mí, después en voz baja: “yo sí estoy de acuerdo contigo”. No se atrevió expresar su opinión en la presencia de los sacerdotes mayores. Repito que intenté hacerles ver que es posible aceptar la perspectiva de otros con respecto de lo que es absoluto o infalible en la cultura propia, para enriquecer la visión propia con la experiencia de otros. Y no me lo aceptaron.
Mi libro “Escritos de una vida misionera” contiene todas mis cartas generales enviadas a mis amistades, algunas homilías, ensayos y reportes sobre una gama muy grande de mis actividades desde 1967, y numerosas fotos. Con la presentación de este libro, espero que sea un instrumento para que los miembros de ésta u otras Iglesias Locales también tengan algún material específico del llamado de este servidor, sacerdote misionero de Maryknoll, para emprender su propio proceso de reflexión para darse cuenta de lo absoluto e infalible que puedan ser sus actitudes culturales y cómo el intercambio cultural les puede enriquecer su identidad y su auto-concepto de Iglesia Local.
Hay una cuarta etapa que se ha logrado muy poco en mi opinión y es la meta final de todo el esfuerzo de la Iglesia Universal desde el Concilio Vaticano II, a saber, que se asimile dentro de los tejidos y huesos de todos los rincones de la Iglesia local esta dimensión misionera que se proclamó como de “la esencia de la Iglesia”. Lo de la Misión de Dios en el mundo no es opcional para la Iglesia universal o local. Así se conocerá esta iglesia local como una expresión fabulosa del espíritu misionero, dando así testimonio a todos los demás. La dimensión pastoral no se debilitará. Un testimonio de fortaleza, de apertura sin miedo a los demás. En un espíritu ecuménico que respeta y comprende y colabora con las demás iglesias cristianas y tradiciones espirituales, y con cualquier institución civil en la transformación del mundo para el bienestar de la humanidad. En un espíritu interreligioso que abre su corazón y su casa y su templo a la colaboración con los auténticos creyentes en Dios tal como ellos lo adoran y nombran.
Para lograr esta meta en esta Iglesia Local, en 2006, procuré establecer aquí una comunidad de los Afiliados de Maryknoll para el desarrollo de su espiritualidad misionera. Es una semilla silenciosa plantada en medio de esta Iglesia Local. Quiero pedir la presencia aquí de la Señorita Cecilia (Caritas: Teresa) Quijano Medina, miembro de esta comunidad de Afiliados de Maryknoll que nos comparta su experiencia misionera en esta Iglesia local. Después de esta conferencia favor de ver su exhibición afuera.
Reconociendo que pueden haber varios aspectos de la dimensión misionera, yo en lo personal doy mucha atención a dos en particular de acuerdo con mi propia experiencia: a saber, el enriquecimiento por el inter-cambio cultural y por el inter-religioso. Hace unas semanas participé en Toronto, Canadá en el Parlamento de las Religiones del Mundo, como muchos saben por mi Facebook.
La meta de esta etapa otoñal de mi vida es de compartir los frutos de mi rica vida misionera con todo el mundo a través de mis escritos y de cualquier otra comunicación o relación amistosa que tenga yo con los demás. En algo, espero que se haya logrado esta meta con todos Uds.
En mi sermón de motivación a la gente a colaborar con Maryknoll en las colectas misioneras que realizo en las parroquias vecinas, suelo decirles que no vengo para motivarles a cambiar su conducta que sea igual que la mía, No! sino a modificar su visión de la Iglesia. Vengo a recordarles qué les haya sucedido en su relación con su ser más amado, por ejemplo, después de un problema fuerte. Lo más probable es que aquella crisis te haya dejado una nueva visión de tu amado/a y como consecuencia tú vas modificando tu conducta para con él o ella. Así mi firme esperanza es que tomen Uds. todas las medidas para lograr una nueva visión de tu Amada Iglesia y por lo tanto, una modificación necesaria de tu comportamiento como hija o hijo de la comunidad, o como reza el Papa Francisco, como discípulos misioneros de Cristo.
Conferencia en la Presentación del libro "Escritos de una Vida Misionera", Mérida, Yucatán, Mexico, 5 de diciembre 2018
CONFERENCIA PARA LA PRESENTACION DEL LIBRO “ESCRITOS DE UNA VIDA MISIONERA A PARTIR DE 1967 AL PRESENTE”
Parroquia de San Sebastián, 28 de noviembre 2018, Local de Caritas, 5 de diciembre 2018
Mis queridos hermanas y hermanos en el Espíritu de Jesús,
San Sebastián:
En esta noche bendita nos hemos dado cita en este templo de San Sebastián que alberga en sus piedras y su pintura, en sus columnas y sus pasillos los anhelos y las lágrimas, los sollozos y los alaridos de alegría de incontables parroquianos que expresaron su fe, elevaron sus clamores a Dios, vieron bautizarse sus niños y niñas, unieron sus corazones en matrimonio y crearon la vibrante comunidad local como nido y reserva de lo más exaltado de sus vidas, a menudo en años anteriores de mis compañeros sacerdotes misioneros de Maryknoll y ahora de manos de los estimados sacerdotes diocesanos.
Como suelen iniciar sus ceremonias los indígenas de todo el mundo, elevamos nuestros corazones y manos en el aprecio por todo cuanto nuestro buen Dios ha hecho posible maravillosamente en nuestras vidas a través de nuestro desfilar de años hacia y dentro y fuera de este templo.
Todos conocemos a muchos sacerdotes y parroquianos extraordinarios por su dedicación a la creación de esta comunidad calurosa de San Sebastián. Cuatro de los Padres de Maryknoll están enterrados en sus paredes en la última capilla posterior, los Padres Eduardo Koechel, Jorge Hogan, Vicente Zebrowski y Eduardo Brophy. De esta manera, sus espíritus nunca abandonan este recinto sagrado y son un testimonio silencioso de la entrega de tantos sacerdotes, religiosas y parroquianos que siguen dando fe de que sí vale la pena sacrificarse por la comunidad como discípulo misionero de Cristo, como nos define el Papa Francisco.
Un grupo de amistades mías han trabajado en la planeación de los eventos de estos días en torno a la presentación de mi libro “Escritos de Una Vida Misionera”. Quiero mencionar en especial a Lourdes Gomory Domínguez, mi comadre Teté Medina Núñez y sus hijas Cecilia y Teresita Quijano Medina, Eduardo Seijo, mis ahijados Rolando Béjar y Evelyn Núñez Gamboa, Eric Rivas, José Antonio Ruiz Silva, Padre Raúl Lugo Rodríguez, Martha Alfaro, Padre Lorenzo Mex, Lorena Uitz, Angel Barahona y Manuel Cámara. Un aplauso para ellos, porfa.
Caritas:
Local de Caritas, Mérida, Yucatán, 5 DE DICIEMBRE 2018
En esta noche bendita nos hemos dado cita en este auditorio de Caritas gracias a la acogida fraternal que nos ha dado nuestro gran amigo y hermano Eduardo Seijo Gutiérrez y su fino equipo dedicados a promover el bienestar integral de los hermanos y hermanas más desvalidos en la comunidad local. Nuestra gratitud a Dios por esta labor tan admirable que ellos realizan diariamente no conoce límites. Esta labor tiene dos dimensiones destacadas: el alivio material, psicológico y espiritual de la pena que sufren algunos miembros de la comunidad local y la promoción de los valores evangélicos de la doctrina social de la Iglesia en todos los miembros de la Iglesia local. ¡Enhorabuena, hermano y amigo Eduardo y equipo!
Además de don Eduardo Seijo, quiero mencionar en especial a Lourdes Gomory Domínguez, mi comadre Teté Medina Núñez y sus hijas Cecilia y Teresita Quijano Medina, mis ahijados Rolando Béjar y Evelyn Núñez Gamboa, Eric Rivas, José Antonio Ruiz Silva, Padre Raúl Lugo Rodríguez y Martha Alfaro. Un aplauso para ellos, porfa.
San Sebastián y Caritas:
En los últimos meses, gracias a la finísima colaboración de este grupo de amigos aquí presentes, han preparado este evento con tal de que conozcan Uds. algo más de la historia de mis docenas y docenas de compañeros y compañeras religiosas de Maryknoll que hemos respondido a nuestra vocación misionera al dedicarnos al bienestar del pueblo de México.
¿Saben Uds. que con los misioneros laicos hemos vivido y trabajado en 13 estados de México a partir de 1943 hasta 2012, 69 años?
La semilla de la presencia nuestra en México se sembró en abril de 1942 cuando nuestro Superior General, Monseñor James Edward Walsh, visitó la Ciudad de México con el Padre Alonso Escalante Escalante durante un mes, rumbo ellos a establecer nuestra primera misión en Bolivia. La gran tragedia de la Segunda Guerra Mundial obligó a centenares de nuestros misioneros en Asia a tornarse desocupados, frotándose las manos inútilmente ya de vuelta en casa. El Vaticano nos indicó que abriéramos misiones en América Latina y África en los años 40.
El Obispo Walsh tenía un compañero de bachillerato en el Colegio Monte Santa María en Baltimore de los años 1899 al 1907 que era yucateco, el Señor Enrique Muñoz Solís quien lo invitó a Mérida. (Su hija María vive aquí en Mérida y pronto voy a visitarla). Se hospedó con el Obispo Martín Tritschler y Córdova quien lo invitó a presidir el inaudito Congreso Eucarístico en Mérida en noviembre próximo y a mandar misioneros a trabajar en Yucatán. El Obispo Walsh regresó en noviembre y poco después murió el obispo Tritschler y Córdova el 15 de noviembre de 1942! Pero no sin antes haber ellos convenido en que sí vendrían algunos misioneros de Maryknoll a Yucatán.
Se adelantó la ordenación de la Clase de 1943 en nuestro seminario de junio a febrero y 6 de ellos vinieron aquí a Yucatán en abril, junto con otros que fueron a Nayarit, siendo en total como 12. No lo van a creer pero ¿sabían que el Padre Juan M. Martín fue a Nayarit en 1943? Sí, ¡soy el segundo Juan Martin en México!
Algunos de los veteranos aquí se acordarán de los pioneros Padres Juan Nolan, Jorge Hogan, Roberto Lee, Juan Lomasney, Gerardo Greene y Juan McGuire. Me refiero a la familia de los esposos Álvaro Domínguez y Eufemia Juanes quienes ayudaron a estos compañeros a buscar una casa después de albergarlos en la suya!! Qué grandes y profundos son los lazos que siento yo por ellos, en nombre de toda la familia de Maryknoll, y por su hospitalaria hija Doña Sara Domínguez que conocí a mi llegada en 1967 y ahora por sus nietos Lourdes, José, Sara, María Eufemia y María Teresa, sin olvidarme de su bisnieta Lulú Gomory Domínguez y demás compañía.
Todo el mundo me llama “Padre” y sí es justo porque fui ordenado en 1966 y enviado aquí a México para ejercer mi ministerio sacerdotal como les consta a Uds., y a muchísima gente en otras partes del país. También soy conocido por Uds. como misionero de Maryknoll, pero para esta vocación no tengo título. En este aspecto soy yo igual que Uds., fiel a una vocación bautismal sin preocuparme por llevar una etiqueta como distintivo. Paradójicamente, en mi caso, durante muchas décadas, era mi vocación misionera sin etiqueta ni título para con todos y todas las demás hijos e hijas de Dios que predominaba en cuanto a mi identidad personal para con todo el mundo, y no mi papel sacerdotal exclusivo para con la comunidad cristiana.
Permítanme contarles una historia que remonta a mi niñez para entender esta situación curiosa: en mi parroquia de la Ascensión en Nueva York a la edad de doce años en 1952, después de rechazar la opción del sacerdocio diocesano, recibí mi vocación misionera al conocer a dos Misioneros de Maryknoll en una reunión vocacional. Sí, la vocación que se me implantó en el alma y el corazón entonces fue el desafío de hacerme misionero, para lo cual luego me di cuenta que era necesario entrar al seminario. No existía la opción de hacerme misionero directo, como ahora tenemos con los Misioneros Laicos. Como suelo decir: entré al seminario para hacerme misionero y no sacerdote.
Vivía un conflicto en mis primeros años aquí en México porque en lo exterior todo el mundo me veía como sacerdote y yo en lo profundo de mi alma me consideraba misionero. Al cabo de muchos años de ejercer ambas vocaciones en los ambientes distintos de México y Bangladesh y la India, y de muchísima reflexión, el Espíritu de Jesús me ha regalado la reconciliación entre ellas, a tal grado que hoy vivo la calma y la aceptación de esta vocación doble pero mejor integrada. (Hablo mucho de esto en el libro de mis memorias en inglés.)
Otra historia: hace como 20 años, me encontraba aquí en Mérida en la casa de mis queridas comadres Chary Núñez y Teté Medina en la Colonia Alemán preparando el convivio para mi cumpleaños el 28 de diciembre. De repente de forma muy sutil, recibí la inspiración: “hacer fiesta con las amistades es un acto sacerdotal”. Este incidente fue el inicio de la aceptación de que el significado más profundo y esencial de mi sacerdocio es la promoción de la unidad, la convivencia y la reconciliación entre las personas o grupos humanos a mi alrededor. Con este incidente, se me desvaneció el nubarrón de ambivalencia que marcaba mi vida de que no podía identificarme principalmente como un ministro de los sacramentos. Ahora administro los sacramentos con más gusto que nunca, pero entendidos como ritos para promover la unidad y la reconciliación.
Estando en la Colonia Yucatán en el año 1968, acepté la invitación de Don Luis Canto de acompañarle a visitar un sitio de la tala de los arboles tropicales para la fábrica en el pueblo. Tomé apuntes y saqué algunas fotos con la intención de escribir un artículo. Fue el primer intento mío de escribir un ensayo, y todavía tengo el borrador inicial en mano, con los nombres mayas de los árboles y las fotos en mi laptop (mostrarlo). Así comenzó la inspiración de escribir para los demás sobre mis experiencias frescas e impresionantes de esta vida multicultural que estaba yo llevando.
Lástima que no pensé en incluir aquellos apuntes preliminares en mi libro titulado “Escritos de una vida misionera”, porque fue la inauguración de una carrera de escritor que es el motivo de nuestra presencia aquí esta noche. (Mostrarles copia.)
Ahora me quiero enfocar en la dimensión misionera de la Iglesia para compartirles los frutos de mis años de convivencia y de reflexión sobre lo maravilloso de esta vocación que todos tenemos ya desde el momento de nuestro bautismo.
Primeramente, quiero expresar mi fe muy firme de que el Espíritu de Jesús ya está presente y activo en los corazones de todo el mundo y en los tejidos de todas las instituciones y grupos humanos, conduciéndonos sutilmente a la realización de la voluntad divina de crear el Reino de Dios, en el mundo, para gloria de Dios mismo. Hemos de transportarnos fuera de aquí y de Yucatán para entender que me refiero a todos los grupos culturales, espirituales y religiosos del mundo entero. Hace poco participé en Toronto, Canadá en el Parlamento de las Religiones del Mundo con 7500 personas de 220 tradiciones religiosas y espirituales. El Espíritu Santo de Jesús ya está realizando la Misión de Jesús en el mundo, pacientemente esperando nuestra colaboración. Sí, para los cristianos pero también al mismo tiempo para toda la humanidad, creyentes en Dios o no, cristianos o no! La Iglesia en lo ideal debería ser un instrumento excelente para la realización de este plan divino.
Dicho esto, el hecho de tener una Iglesia local con obispo, seminario, sacerdotes, religiosas, laicos comprometidos, parroquias, programas sociales, etc., no nos permite pensar que todas las necesidades de la Iglesia local fueran satisfechas con cumplir el mandato del cuidado pastoral: “apacienta mis ovejas”. Los que nos identificamos con la dimensión misionera de la Iglesia hemos reflexionado mucho sobre un desequilibrio que hemos descubierto en la Iglesia, entendida como institución humana e histórica.
En ésta y otras Iglesias locales, sin lugar a duda, hay personas dedicadas a muchas labores de índole misionera, junto con las múltiples actividades de índole pastoral.
Históricamente, hablando de la Iglesia universal, vivimos en una época en que la dimensión pastoral para con los que ya son miembros de la iglesia se cumple abrumadoramente y en que la dimensión misionera está relegada a la labor loable de algunos institutos o personas en la propagación de la fe a los que no pertenecen a la iglesia. Una oficinita que se entra por la puerta trasera de la Curia. Un programa de menor prioridad entre 20 otros tantos de la diócesis. Anualmente si acaso se permite una colecta de fondos para enviar a otra oficina en el Vaticano. O en el mejor de los casos se permite que los Misioneros de Guadalupe (o nosotros en EE. UU.) recabemos las direcciones de la gente para dotar a sus familias de una revista misionera. A tales tamaños mínimos se ha reducido la dimensión misionera en muchas Iglesias locales para la mayoría de la gente. Donar dinero, la oración y leer una revista! Y es algo opcional, porque de no realizarse, en nada se perjudica la pastoral de la Iglesia Local, supuestamente.
Nosotros los misioneros “profesionales” por así decirlo, nos quedamos boquiabiertos al constatar la poca atención que se da, en muchas iglesias locales del mundo entero, a esta dimensión misionera nuestra, tuya y mía, sí. ¿Porque será?, justamente preguntarás.
Muy brevemente, estamos muy lejos de poner en práctica una novedad teológica que se proclamó en 1966 en el Concilio Vaticano II en el documento titulado “Ad Gentes” en #2: La “Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo” (fin de la cita). Otra traducción reza: “la dimensión misionera es de la esencia de la Iglesia”, para que vean lo exaltado por encima de un programa o de una colecta es esta vocación universal nuestra. “Ay, por fin, pensamos nosotros, se va a dar su lugar debido a esta vocación que queremos como a la Esposa Amada.” Todavía guardamos una esperanza firme de que se crea un movimiento dentro de la Iglesia a favor del amor que sentimos por nuestra Esposa Amada, llamada a compartir sus riquezas culturales y de fe por doquier. Seguimos esperando!
La dimensión misionera es tan necesaria como nunca en todos los rincones de la Iglesia. Ni la dizque madurez institucional de la Iglesia local le permite prescindir de ella. El mes de octubre de 2019 será dedicado por el Papa Francisco a la renovación del compromiso de la Iglesia universal a darle mayor prioridad a ella, atrapada ahora, como diría él, en una postura de “auto-preservación”.
Siempre es menester procurar que esta dimensión se manifieste como prioridad en cada Iglesia Local en un espíritu de inclusión a los que son diferentes o ajenos o apartados de ella, a saber, al dar un auténtico testimonio de vida cristiana, al formar los corazones de la gente en la realización de obras evangélicas, al celebrar ritualmente la consciencia de ser miembros de una comunidad de fe, al proporcionar lo necesario para que los desvalidos y enajenados de la comunidad logren una vida digna, al extender el corazón en la mano a cualquiera para incluirlos a todos en el horizonte de fe de la comunidad y al colaborar con cualquiera en la transformación del mundo en el Reino de Dios. Ojalá venga el día cuando toda la gente diga que allí en la Iglesia reciben a cualquiera con hospitalidad y humildad y respeto.
La tentación de siempre es de enfocar todos los recursos de la Iglesia local sobre las necesidades de la iglesia local, es decir, dar prioridad a la dimensión pastoral, que es muy absorbente, por cierto.
Les quiero proponer una prueba para que caigan en la cuenta de lo que quiero decir: piensa en todo el personal, los programas, y el dinero de esta diócesis y date cuenta de cuánto se utiliza a favor de los que ya son miembros de la Iglesia Local y cuánto a favor de los de NO son miembros de la iglesia.
La dimensión misionera se muestra en el respeto hacia el otro, en el interés en el otro, en la inclusión del otro, en la amistad con el otro y en la colaboración con el otro. Protestantes, Musulmanes, Budistas, indígenas, ateos, desajenados, etc.
Desgraciadamente algunos piensan que al enfocarse sobre esta dimensión misionera se restaría mucho del propio desarrollo pastoral. Yo he visto que más bien la calidad espiritual de la Iglesia local se enriquece.
A veces cuando nos acercamos a los directores diocesanos, nos sentimos como agentes de ventas al negociar un contrato en que se nos quiere limitar los fondos o las direcciones de la gente que podamos llevarnos. Lamentamos, ¿cuándo nos van a coger gozosos como mensajeros de la renovación misionera de sus comunidades?
Una primera manera de manifestarse esta dimensión esencial es a través de lo que solemos llamar la misión ad gentes, es decir, la promoción del apoyo personal, económico o de programación evangelizadora entre los grupos necesitados en otra cultura o país. De esta manera con el intercambio de personal de la iglesia local hacia grupos culturales y humanos en otras partes, se enriquecen mutuamente. Hay que procurar que aquella iglesia local desarrolle su propia expresión de la fe cristiana. En parte, similar a la fe del país que presta el apoyo inicial, en parte diferente porque se respeta la creatividad de ellos bajo el influjo del Espíritu Santo.
Inicialmente, quizá se define la misión en términos de la geografía, como si la misión se efectuara en otros países o culturas, siempre ajenos a lo nuestro. Buena la idea, pero no abarca toda la dimensión misionera.
En este caso se define la presencia misionera como del apoyo unilateral de una Iglesia local a otra, porque nosotros tenemos lo que le falta a ellos.
Una segunda etapa sería: El intercambio reciproco entre las iglesias locales, tanto del que envía como del que recibe personal y apoyo misionero, sin ninguna superioridad ni dependencia y más bien con la humildad. Es decir, la iglesia local que apoya a otras iglesias locales recibe con todo respeto la influencia, las visitas, y las reflexiones de ellas y permite que su pueblo local sea beneficiado por este intercambio. Se promueve la colaboración y el intercambio entre dos comunidades que se miran como hijas iguales de una misma familia universal.
Me pregunto: ¿Cuánta gente se ha enriquecido por la presencia de un sacerdote yucateco en la diócesis de Erie durante muchos años o de los sacerdotes y religiosas yucatecas en Angola en África? En mis años de vivir aquí casi nunca se hablaba de ellos.
Sí, había misioneros yucatecos en otros países pero no había la preocupación por compartir recíprocamente entre ambas Iglesias locales.
Una tercera etapa sería de la reflexión teológica sobre la experiencia vivida. Después de que varios cristianos locales hayan tenido suficientes años de convivencia en la Misión ad gentes, en lo ideal, conviene establecer un proceso de reflexión sobre aquella experiencia y crear los medios de comunicación para que se difunda aquella riqueza a los demás miembros de la Iglesia local. La meta es que la dimensión misionera se difunda entre todos los tejidos de la iglesia local.
Para que vean qué tan difícil puede ser este desafío y qué grande es la resistencia al cambio, permítanme contarles una experiencia personal de comunicación inter-cultural. En una reunión del decanato de 25 sacerdotes, tuve la inspiración de presentarles un escrito mío sobre un tema basado en mi perspectiva cultural, es decir, una mezcolanza de mi convivencia en varias culturas: irlandés, neoyorquina, mexicana, yucateca, musulmana bengalí, hindú bengalí. Digo esto porque según mi percepción, todos aquellos sacerdotes gozaban de la convivencia con la cultura yucateca y quizá la maya. En mi escrito, intenté ayudarles a mirar un aspecto de la cultura yucateca vista de mi punto de vista, en que una cualidad humana tiene tanto el lado positivo como el negativo. Todos ellos me respondieron con una facha de molesto y un silencio absoluto! Supongo que yo les había ofendido al atreverme a criticar algo que ellos consideraron absolutamente bueno de su cultura. Incapaces de aceptar que hubiera otra manera de ver aquello, menos de uno que no es yucateco. Un sacerdote joven me dijo, solo a mí, después en voz baja: “yo sí estoy de acuerdo contigo”. No se atrevió expresar su opinión en la presencia de los sacerdotes mayores. Repito que intenté hacerles ver que es posible aceptar la perspectiva de otros con respecto de lo que es absoluto o infalible en la cultura propia, para enriquecer la visión propia con la experiencia de otros. Y no me lo aceptaron.
Mi libro “Escritos de una vida misionera” contiene todas mis cartas generales enviadas a mis amistades, algunas homilías, ensayos y reportes sobre una gama muy grande de mis actividades desde 1967, y numerosas fotos. Con la presentación de este libro, espero que sea un instrumento para que los miembros de ésta u otras Iglesias Locales también tengan algún material específico del llamado de este servidor, sacerdote misionero de Maryknoll, para emprender su propio proceso de reflexión para darse cuenta de lo absoluto e infalible que puedan ser sus actitudes culturales y cómo el intercambio cultural les puede enriquecer su identidad y su auto-concepto de Iglesia Local.
Hay una cuarta etapa que se ha logrado muy poco en mi opinión y es la meta final de todo el esfuerzo de la Iglesia Universal desde el Concilio Vaticano II, a saber, que se asimile dentro de los tejidos y huesos de todos los rincones de la Iglesia local esta dimensión misionera que se proclamó como de “la esencia de la Iglesia”. Lo de la Misión de Dios en el mundo no es opcional para la Iglesia universal o local. Así se conocerá esta iglesia local como una expresión fabulosa del espíritu misionero, dando así testimonio a todos los demás. La dimensión pastoral no se debilitará. Un testimonio de fortaleza, de apertura sin miedo a los demás. En un espíritu ecuménico que respeta y comprende y colabora con las demás iglesias cristianas y tradiciones espirituales, y con cualquier institución civil en la transformación del mundo para el bienestar de la humanidad. En un espíritu interreligioso que abre su corazón y su casa y su templo a la colaboración con los auténticos creyentes en Dios tal como ellos lo adoran y nombran.
Para lograr esta meta en esta Iglesia Local, en 2006, procuré establecer aquí una comunidad de los Afiliados de Maryknoll para el desarrollo de su espiritualidad misionera. Es una semilla silenciosa plantada en medio de esta Iglesia Local. Quiero pedir la presencia aquí de la Señorita Cecilia (Caritas: Teresa) Quijano Medina, miembro de esta comunidad de Afiliados de Maryknoll que nos comparta su experiencia misionera en esta Iglesia local. Después de esta conferencia favor de ver su exhibición afuera.
Reconociendo que pueden haber varios aspectos de la dimensión misionera, yo en lo personal doy mucha atención a dos en particular de acuerdo con mi propia experiencia: a saber, el enriquecimiento por el inter-cambio cultural y por el inter-religioso. Hace unas semanas participé en Toronto, Canadá en el Parlamento de las Religiones del Mundo, como muchos saben por mi Facebook.
La meta de esta etapa otoñal de mi vida es de compartir los frutos de mi rica vida misionera con todo el mundo a través de mis escritos y de cualquier otra comunicación o relación amistosa que tenga yo con los demás. En algo, espero que se haya logrado esta meta con todos Uds.
En mi sermón de motivación a la gente a colaborar con Maryknoll en las colectas misioneras que realizo en las parroquias vecinas, suelo decirles que no vengo para motivarles a cambiar su conducta que sea igual que la mía, No! sino a modificar su visión de la Iglesia. Vengo a recordarles qué les haya sucedido en su relación con su ser más amado, por ejemplo, después de un problema fuerte. Lo más probable es que aquella crisis te haya dejado una nueva visión de tu amado/a y como consecuencia tú vas modificando tu conducta para con él o ella. Así mi firme esperanza es que tomen Uds. todas las medidas para lograr una nueva visión de tu Amada Iglesia y por lo tanto, una modificación necesaria de tu comportamiento como hija o hijo de la comunidad, o como reza el Papa Francisco, como discípulos misioneros de Cristo.